Helga comienza a escribir e ilustrar su diario en 1938. A los 8 años vive la invasión nazi de Praga; las escuelas no admiten judíos y sus padres no pueden trabajar. En 1941, envían a toda la familia al campo de concentración de Terezín, donde durante tres años la niña documenta la vida cotidiana, las duras condiciones y los buenos momentos, hasta que son transferidos a Auschwitz. Antes de subir al vagón, le entrega a su tío el diario y éste lo esconde entre una pared. De los 15.000 niños que llegaron a Terezín y fueron enviados a Auschwitz, sólo cien lograron sobrevivir. Helga fue uno de ellos.
Pocas cosas
hay más tentadoras que un diario sin candado. Que levante la mano
quien pueda resistirse a curiosear lo que otro escribe en este cuaderno
privado, siempre secreto. Yo, por lo menos, no. Supongo que este interés universal
por los diarios se basa en que pensamos que ahí está lo que no nos atrevemos a
decir, lo profundo y lo importante, lo íntimo, eso que nos provoca rubor. Y es justamente
ésta la sensación que tenemos al enfrentarnos a El diario de Helga, Testimonio de una niña en un campo de concentración,
de Helga Weiss, y publicado por la Editorial Sexto Piso: la de conocer, en
primera persona, la bajada de una cría a
los infiernos. La humillación. El hambre. La culpa. El desconcierto. «¿Por qué nos querrían traer aquí? ¿Hemos
hecho algo?», se pregunta la protagonista, y no obtiene respuesta. Esta
historia viene a corroborar algo terrible: la maldad es mucho peor cuando la
cuenta (y la sufre) una niña.
Los judíos no podían entrar en las
cafeterías, en los teatros ni en las salas de juego; tampoco podían bañarse
en el río ni alejarse más de treinta kilómetros de sus casas; debían viajar
siempre en el último vagón del tranvía y sólo podían ir a comprar víveres a las
tres de la tarde. Éstas son algunas de las normas que imponen la invasión nazi.
Así empieza la incansable persecución y así lo cuenta Helga, con naturalidad y
cercanía, desde su inocencia, desde la angustia por no saber qué está pasando y
adónde la llevará todo esto. En su mundo de niña no cabe explicación para tanto
odio. De hecho, ella se pasea por Praga
sonriente, orgullosa de la estrella de David que la señala como judía. No
sabe que su situación empeorará: irá primero a Terezín y terminará en
Auschwitz, dos campos de concentración donde todo es pobreza, chinches, frío y
comer poco y mal. Les prohibían la ropa de abrigo (a pesar de estar bajo cero)
y los obligaban a comer con las manos. Uno de los guardias amenazaba siempre
con mandarlos a la cámara de gas: «Mañana
saldrá volando el hollín y serás tú».
Sobre
El diario de Helga planea la sombra de dos grandísimas obras que
abordan la persecución nazi, El
diario de Ana Frank, y Si esto es un
hombre, de Primo Levi –ambas muy recomendables y de una crudeza casi
insoportable–. Sin embargo, esta novela, reconstruida a partir de los cuadernos
originales y de las hojas sueltas que Helga iba escribiendo, está a la altura:
tiene una prosa fluida y concisa, llena de verdad, y acompañada de los dibujos que hizo la propia autora. Lo único que obstaculiza
la lectura es la continua aparición de palabras en checo, alemán o hebreo que,
a pesar de estar explicadas a pie de página, le van restando ritmo.
No quiero terminar esta reseña sin aplaudir
(vivamente) ese torrente de esperanza que atraviesa todo el libro, ese
optimismo que se reivindica incluso en los peores momentos. Así lo explica
ella: «Todo va bien si uno quiere». «Uno aguanta más de lo que cree», llega a
decir en otro de los párrafos. Y fíjense
qué bonito: incluso hay sitio para el amor y el coqueteo. La protagonista conoce
a otro recluso en Terezín, con el que habla y por el que se interesa, pero del
que no volverá a saber nada más cuando la trasladan a Auschwitz. La muerte lo
interrumpe todo.
Con El diario de Helga, editado por primera vez en España gracias a
Sexto Piso, conocemos el horror a través de los ojos de una niña. Es una
historia con tintes autobiográficos sobre la supervivencia: resistir, aguantar, amar la vida sobre
todas las cosas. Estas páginas son una lección de esperanza. Todos necesitamos
personas que nos inspiren, que se conviertan en referentes, y Helga es, sin
duda, una de ellas. Nunca perdió la vitalidad. Nunca se rindió.
PS: Helga nunca supo qué fue de su padre. Posiblemente,
según ella, lo mataron en la cámara de gas porque tenía gafas y una cicatriz.
No me llama la atencion de este libro asi que no creo que lo lea.
ResponderEliminarSaludos
Quiero leerlo y mas si es una historia real contada de primera mano, no como esas historias "basadas en...". Ademas es un periodo de la historia que siempre me ha interesado.
ResponderEliminarNo conocía este libro. La temática me ha atraído y tu reseña me ha dejado con muchas ganas de leerlo.
ResponderEliminarBesotes!!!
No conocía este título pero me parece de los más interesante a la vez que desgarrador. No creo que lo lea porque soy demasiado sensible en estos temas. Seguro que comienzo a soñar todas las noches con esta pobre niña.
ResponderEliminarUn beso!
Me lo apunto que no lo conocía y creo que me gustará. Un beso!
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