La Historia –así, en mayúsculas- está cuajada de episodios oscuros, desconocidos y apasionantes en los que se cumple eso de que la realidad supera casi siempre a la ficción. La vida real funciona también como una novela: se producen extrañas carambolas del destino, los malos actúan como lo que son (gente sin escrúpulos) y los finales no tienen por qué ser felices. Y a eso se agarra Rosa Ribas en el que fue su primer libro, El pintor de Flandes, la sorprendente historia –así, en minúsculas- de Paul Van Dyck, hermanastro del famoso pintor, que se ve envuelto sin comerlo ni beberlo en una de las mayores y más peligrosas intrigas palaciegas del siglo XVII, en la corte de Felipe IV. Pero si él era un crío ambicioso que lo único que quería era convertirse en pintor real… Pues nada, a freír espárragos sus sueños. La vida (y la literatura) tenían otros planes para él. DeBolsillo recupera ahora, en edición económica, esta exitosa novela publicada por primera vez en 2006 y que tiene como esqueleto el proceso de creación del cuadro La degollación de San Juan Bautista, el de mayor envergadura del Museo del Prado –diez metros de largo por tres de alto- y que, según nos cuenta la autora, fue contratado por el conde de Villamediana con el objetivo de desestabilizar al Gobierno y ridiculizar a numerosos miembros de las familias reales europeas.Corre el año 1622. El joven Paul van Dyck, hermano adoptivo del célebre Anton van Dyck, acepta un encargo que podría ser decisivo para su carrera: pintar un lienzo de dimensiones colosales para el conde de Villamediana, Correo Mayor de Felipe IV. Abandona el taller de Rubens en Amberes para instalarse en Madrid, en casa de su mecenas, con la esperanza de alcanzar la fama, aunque las condiciones en las que ha de realizar el cuadro son, cuando menos, extrañas: nadie debe saber qué hace en casa del conde y, mucho menos que está pintando...
Rosa
Ribas tiene un talento natural para la intriga. Es un don, una habilidad de
ésas que se tienen o no se tienen, como contar chistes (y que los demás se
rían) o cantar (y que los demás no se rían). Ella, sin esfuerzo aparente, sabe
engatusar al lector, sabe dosificar la información para mantenerlo enganchado y
sabe esperar el momento adecuado para ¡Zas!,
dar un golpe de efecto y dejarlo descolocado. Y por eso, su prosa fluye,
gracias a una trama bien montada en la que el suspense se convierte en un elemento
esencial: no somos capaces de abandonar a los personajes en ningún momento,
queremos acompañarlos en sus desventuras hasta el final. Contribuyen a la
consistencia narrativa de El pintor de
Flandes el estilo de la autora,
siempre claro y conciso, sin grandes florituras y al servicio de la
historia, y una ambientación tan trabajada que lo hace todo más creíble y más
plástico, como si escribiera en 3D. Viajamos al Madrid del siglo XVII, entramos
en la corte y probamos los barquillos, las yemas y los buñuelos. Sobrevivimos a
los maleantes, paseamos en carruajes y asistimos varios ajusticiamientos en la
Plaza Mayor. Cuánta investigación hay
tras estas páginas y cuánto se agradece. Y como un plus vemos desfilar entre
sus páginas a los personajes más relevantes de la época, como Rubens –metido en
asuntos diplomáticos desde la sombra-, al conde duque de Olivares –él es el
hombre sin escrúpulos-, al rey Felipe IV que… bueno, ya lo veréis.
Fijaos, no creo que ni que sea
necesario nombrar al referente más claro, El
capitán Alatriste, porque esto es otra cosa, otra historia y otros mimbres.
Aquí no hay espadachines ni huídas a
toda prisa, todo sucede de puertas para adentro y con una calma tensa que
lo va impregnando todo porque el verdadero peligro está en el ambiente, en cualquier
sitio. Y esta atmósfera va asfixiando a los protagonistas y contagiando al
lector, que se siente testigo de primera mano, como uno de esos cotillas que ponía la oreja en los mentideros de
Madrid.
No he sido nunca un gran aficionado
a la novela histórica, pero los que me conocéis, sabéis que me apasionan los
palacios, las conspiraciones y los traidores, el siglo XVI y XVII, las familias
reales y hablarles de los demás de vuestra
merced, por lo que no es de extrañar que me enfrentara a esta novela muy
esperanzado, con ganas. Y la he disfrutado. El
pintor de Flandes es puro
entretenimiento e intriga pura, y además hace gala de una tremenda
precisión a la hora de acercarnos a este curioso episodio de nuestra Historia.
Rosa Ribas nos demuestra además que es
una buena pintora. ¡Qué novela más colorida, qué trazos más precisos,
cuánta psicología en el retrato de los personajes!
PS: Por cierto, yo jamás he contado un chiste.
¡Me lo apunto! Quiero leer sobre pintores, pero nunca lo hago, así que creo que voy a comenzar una lista, ;).
ResponderEliminar¡Gracias!
Esther.
No he leído aún nada de Rosa Ribas. Y por lo que cuentas, parece un muy buen libro para estrenarse.
ResponderEliminarBesotes!!
¿Cómo que nunca has contdo un chiste?
ResponderEliminarPero eso no puede ser hombre!! hay que reírse de la vida y contar chistes, y hacer onterías!
en cuanto al libro.. me parece muy interesante, además, es el estilo de libro que mi madre adora.. lo apunto, muchas gracias por la reseña
un beesito, FELIZ NAVIDAD!
Este si me lo apunto que tiene muy buena pinta.
ResponderEliminarSaludos