Arzee
es un hombre que verá cumplido su sueño en muy poco tiempo. Será proyeccionista
de un cine que conoció tiempos mejores. La vida de Arzee no ha sido nada fácil.
Desde que era pequeño, Arzee siempre supo que iba a ser “especial”. Su pequeño tamaño le permite observar la vida desde otra
perspectiva.
Durante unos días seguiremos a Arzee y conoceremos sus alegrías, sus penas, sus miedos y
algunos aspectos de su niñez que le han marcado. Sin embargo, la realidad se impone y le
llevará por caminos que no imagina.
Si
hay algo que me ha gustado de esta novela especialmente es la manera de narrar
una realidad que entremezcla los deseos y los sueños de este enano tan peculiar.
El autor utiliza un lenguaje simple, aunque muy bello y
que llega muy bien al lector. Diría que la narración cautiva desde un
principio.
Durante la historia vamos advirtiendo una
evolución en el protagonista, como por
ejemplo que en un principio se muestra a Arzee bastante soñador y conforme
avanza la historia va tomando conciencia de cuál es su situación personal.
Por otra parte, vemos a un protagonista
con muchas aristas, porque en ocasiones observamos que Arzee
es tierno, soñador y hasta filósofo, y en otras ocasiones le vemos como que la
vida le pesa, es gruñón y se lamenta de su mala suerte, una mala suerte que es
producto de las decisiones que ha ido tomando durante su vida.
Esta historia tiene además un tono
melancólico, aunque sin perder ese sentido práctico que tiene en toda la
novela. Esto le hace más humano, más
cercano al lector.
Arzee
es ese antihéroe que en mayor o menor medida todos llevamos dentro. Soñamos
con una vida mejor, e incluso nos vemos disfrutando de los frutos que
obtendríamos de llegar esta posibilidad. Me ha recordado a un cuento infantil: El cuento de la lechera, aunque sin
tener ese punto final de moraleja. El narrador es bastante neutro y no toma
partido por nada de lo que le sucede a Arzee.
Por
último, me gustaría comentar que, aunque la novela se sitúe en Bombay,
reconocemos todo con lo aquello que Arzee sueña. Nos identificamos con este
pequeño filósofo, que igual reflexiona con un taxista
que con un mafioso. Para él no ha diferencias de clases, cualquiera de nosotros podríamos mantener
esas charlas que “arreglan el mundo” y que tan bien conocemos.
Con la colaboración de Chindia Plataforma
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