lunes, 26 de junio de 2017

La musa


Andalucía, 1936. Con la guerra civil a punto de estallar, Olive Schloss, hija de un marchante de arte vienés y una heredera inglesa, vive con sus padres en las afueras de un pueblo apartado. Allí traba amistad con la joven criada, Teresa Robles, y con su hermanastro Isaac, un pintor idealista que da clases en Málaga. Al poco tiempo, Olive consigue burlar la voluntad de sus padres urdiendo un plan que desatará una cadena de mentiras y secretos. Londres, 1967. Odelle Bastien, una joven llegada de Trinidad, ha conseguido por fin un trabajo de mecanógrafa en el augusto Instituto de Arte Skelton bajo la tutela de la codirectora, Marjorie Quick. A pesar de que ésta le otorga toda su confianza, Odelle percibe en ella cierto halo de misterio, que se intensifica con la aparición de una obra maestra perdida durante la guerra civil española, un enigmático cuadro cuyo autor podría ser el desaparecido Isaac Robles.
No habría arte sin los artistas. Y quizás tampoco sin las musas (o los musos): esas cosas, personas o imágenes que se convierten en el motivo y la excusa de una obra, esos altavoces de la inspiración, los canalizadores de la belleza y de aquello que merece ser eterno. Sí, vamos a hablar de arte, de autores y también de amores en una de las últimas apuestas de la editorial Salamandra, La musa, una novela con tintes históricos, que nos ubica en dos escenarios temporales para hablarnos de un lienzo misterioso, de varios artistas con talento y de una sociedad difícil, preocupada por comer y por sobrevivir. La autora, Jessie Burton, les resultará familiar porque, hace un par de veranos, estuvo en boca de todos gracias a La casa de las miniaturas, también publicada por Salamandra y en la que nos trasladaba a Ámsterdam en el siglo XVII para hablarnos de la afición de una joven por una casa de muñecas pecualiar. Vuelve a repetir varios patrones –para qué cambiarlos si funcionan– como esa fuerte presencia histórica, el misterio y la intriga bien dosificados y una bien trabajada cotidianidad en el argumento, es decir, la trama avanza serena, sin muchos grande sobresaltos, sin grandes sorpresas.
            En los años 60, en Londres, unos jovencitos investigan sobre el origen de un bellísimo cuadro que la madre de uno de ellos le ha dejado como única herencia. Algo antes, justo antes de la Guerra Civil Española, nos trasladamos a un pueblo de Málaga donde conocemos cuál fue el proceso de creación de ese lienzo y cuál fue su aventura hasta parar a manos ese joven huérfano. Las dos historias están conectadas por el arte y, fíjense, por el papel de la mujer-artista. La novela está narrada desde el principio con tanta sensibilidad, con tanta ternura, que uno no tiene claro el motivo, pero sabe que lo que lee le está gustando. ¿Por qué?, se preguntarán. Por un estilo cuidado –derrocha sutileza–, por unos diálogos bien construidos y fácilmente reconocibles, por una contextualización creíble –sobre todo la de la España de la preguerra–, y sobre todo, porque al fin y al cabo toca temas universales: el amor, la pasión y, cómo no, los secretos. ¿Qué sería de los seres humanos sin secretos? Pues que seríamos aburridísimos, que perderíamos parte de nuestro encanto. Y así, La musa va tejiendo sin prisas una historia entre esos dos lugares y dos épocas con una base común: el arte, y su capacidad de conmover, de pervivir, de sobrevivir al autor.
            Podría hablarles de lo que bien que está trabajado el argumento para mantenernos alerta sin grandes artificios y sin incomprensibles vueltas de tuerca, podría hablarles de las mujeres protagonistas –son ellas las que provocan la acción, las que son adelantadas a su tiempo, las que imprimen carácter a la historia–, podría hablarles de la documentación que sostiene la novela, como vigas de madera, pero quiero decirles que, debajo de todo esto, hay interesantísimas reflexiones sobre el arte y sobre el proceso creativo. Uno de los personajes llega a decir que cuando una obra tiene mucho éxito, el público se apropia de ella y destruye al autor. Quizás los autores son lo menos importante de la ecuación, quizás la obra echa a andar sola en el momento en el que el autor dice: fin. Y es así como comprobamos que el arte –y por ende, la belleza, o cualquiera que sea capaz de provocarnos algo- forma parte de la vida de igual manera que el amor, la muerte o las ausencias. El arte como uno de los grandes anclajes del ser humano, como una de sus salvaciones necesarias. El arte, como antídoto contra el aburrimiento, como arma para ganar una guerra.
            Leerán La musa y se quedarán como si estuvieran posando para un retratista: inmóviles, embobados, con la mente pensando en ese cuadro misterioso y en esas mujeres valientes. Jessie Burton tiene una ternura especial para construir historias sencillas que agradan, que entretienen y provocan afecto. Además, habla, de una forma soterrada, del papel de la mujer en diferentes sociedades y, sobre todo, en la creación artística. ¿Cómo son las obras creadas por ellas? Y es una autora la que se lo pregunta y la que nos habla de esto. Abandónense a esta lectura, porque, con este calor, con esta luz, no veo nada mejor que refrescarse con historias de amor y de arte. ¿Y es que hay algo más bonito que ese binomio? Se lo digo yo: no.

2 comentarios:

  1. Este libro me llama mucho la atencion desde que salio a la venta. A ver consigo hacerme con el y le puedo dar una oportunidad.

    Saludos

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  2. Una novela que disfrute m ucho y que me dejo con ganas de repetir con la autora.
    Un beso ;)

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