viernes, 23 de septiembre de 2016

Muestra mi cabeza al pueblo


1793, la Revolución convulsiona París; la guillotina se ha convertido en protagonista. Son los años del Terror. Danton es llevado al cadalso; los Girondinos celebran su última cena en la Conciergerie; María Antonieta en su celda ansía otro final; Charlotte Corday va a pagar por el asesinato de Marat y Adam Lux, enamorado, será condenado por la vehemente defensa pública que hace de la joven… La cuchilla espera a Robespierre, al marqués de Lantenac, al poeta André Chénier y a Lavoisier, el más grande genio francés del siglo. Vivimos con ellos los días, los momentos, previos a que su cabeza caiga en el cesto del verdugo y sea mostrada al pueblo.

Siempre estaré en deuda con Cabaret Voltaire, y no sólo por seguir demostrando con cada elección una línea editorial sólida, original y coherente sino por haber rescatado la obra del que, a día de hoy, es uno de mis autores predilectos: Agustín Gómez Arcos (ya os hablaré de él cualquier día, porque tengo una misión personal: que todos lo conozcáis, que el mundo entero se rinda a su talento). Cabaret Voltaire tiene autoridad en esto de la literatura, sí, cualquier título que venga respaldado por este sello tiene a priori mi interés, llama mi atención. Y ya les he contado el motivo: un catálogo de escritores imprescindibles. Pues bien, con Muestra mi cabeza al pueblo lo vuelve a hacer, se coloca otra medalla en la pechera. Esta obra, del joven François-Henri Désérable y que viene respaldada por notables premios en Francia, nos lleva hasta la época de la Revolución Francesa –finales del dieciocho, principios del diecinueve- para hablarnos a todas horas de la muerte y de la guillotina, para enseñarlos la cojera de una justicia que da palos de ciego, para hacernos reflexionar sobre el peaje que exigen ciertas libertades. Bienvenidos, todos, a los años del Terror.
            Como rezan las últimas líneas de Muestra mi cabeza al pueblo, la leyenda –o sea, la ficción, lo literario- triunfa a veces sobre la Historia, y esta novela es una buena prueba de ello. François-Henri Désérable se hace fuerte en este subgénero de la novela histórica al presentarnos esta estimulante mezcla de hechos y fábulas, un extravagante paseo entre lo real y lo onírico gracias a estos diez relatos que componen la obra y que están conectados por el mismo escenario, el cadalso, y por el mismo color –rojo, rojas las manos de los verdugos y rojos los cuellos de los ajusticiados-. Los protagonistas son todos víctimas del Terror Revolucionario. Y aquí reside uno de los grandes logros del autor, que es el de llevarnos de la mano hasta la guillotina y dejarnos oler la muerte para hacernos reflexionar sobre los sacrificios de la República. ¿Compensa matar a algunos inocentes por el bien del pueblo, por el bien de la Historia? Parece que sí. Aquí, en estas páginas, está la muerte como final único y elevado; pero en cada historia, un ánimo, un pretexto, un miedo. Y nos damos cuenta de que, al igual que en la vida, en la muerte cabe todo: el deseo y las pulsiones sexuales, la traición y el amor, la literatura y el arte, los miedos, la valentía y los rencores. Morir por una causa es vivir para siempre. Muestra mi cabeza al pueblo resuena en este siglo veintiuno, en la era de las libertades, y nos recuerda que hay cosas que no han cambiado demasiado: que la democracia o la república exige un peaje, controlar (y silenciar) a ciertos elementos insurgentes.
            Dejemos, pues, que el autor nos haga de guía y nos narre escenas concretas de Robespierre, Danton, María Antonieta o Charlotte Corday, entre otros; y escuchémoslo, con ese estilo seco, pulcro y comedidamente poético, haciendo gala de una indiscutible habilidad para contagiarnos del ambiente, para llevarnos más allá de lo que se ve. Una prosa de una madurez inaudita, de innumerables dobleces, sugerente a veces; la Historia contada como pequeñas historias. Y todo para hacernos meditar sobre el individuo y la comunidad, sobre las libertades, sobre el terror, sobre las manos manchadas de sangre. El ser humano no es bueno por Naturaleza. El pueblo, tampoco. ¡Qué bien documentada está! Lean este párrafo, porque parece el inicio de todo: “La historia de Francia llevaba estática un milenio: los hijos de los reyes se convertían en reyes; los de los señores, en señores; los de los criados y vasallos que no morían de niños, en criados y vasallos. Y, en apenas unos meses, cansado de inclinarse bajo el yugo señorial hacia un suelo del que no probaba los frutos, el pueblo levantó la cabeza y descubrió las virtudes de la igualdad”. Y al final, una certeza: que las Revoluciones nunca son modélicas.
            Muestra mi cabeza al pueblo, título tomado de las últimas palabras de Dalton, es una atípica novela sobre las sombras de la igualdad, sobre esas libertades que brillaban sobre el papel, pero que parecían imperfectas en la práctica. Y con sutileza –porque ciertos temas exigen ser sutil-, el joven escritor francés Désérable fija su mirada en la guillotina y demuestra con holgura su don para ir más allá de los hechos, para insinuar más que mostrar. Su palabra, como un pozo hondo, a veces oscuro. Los diez relatos que componen esta obra tienen como cimiento la muerte, una muerte que nos presenta con las manos llenas, de significados, de razones. Después de leerlo, lo único que puedo decir es: Muestra este libro al pueblo. 

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