martes, 28 de junio de 2016

La noche de los niños


«No es culpa mía. A mí no pueden acusarme. Yo no hice nada y no tengo ni idea de cómo pasó. Una hora después de que me la sacaran de entre las piernas ya me había dado cuenta de que había un problema. Un problema grave. Era tan negra que me asustó. Un negro del color de la medianoche...» Quien habla es la madre de Bride, una niña que ha heredado de sus ancestros un color de piel tan negro que sorprende a toda su familia, de piel clara, y provoca el abandono del padre. Pasados los años, la chiquilla se ha transformado en una hermosa empresaria de éxito, pero la alargada sombra de la infancia planea sobre su vida adulta y la de su pareja. Un buen día y sin explicación alguna, Bride asiste impotente al abandono de Booker, el hombre al que ama. Otra vez el rechazo, otra vez la culpa... y por fin una viaje iniciático en busca de la redención, que solo llegará cuando en la negrura asome el verdadero yo de Bride.


Los racistas (casi) nunca se autodefinen como tales, pero su rechazo se evidencia en los gestos, en las miradas y en la distancia. La premio Nobel –eso son palabras mayores– Toni Morrison nos habla de xenofobia, de infancias tristes, de abusos sexuales, de relaciones complicadas entre madres e hijos en La noche de los niños (Lumen), una novela dura, precisa y contundente, algo así como un mazazo o un grito, donde encontramos una galería de personajes heridos, que camina por la vida tambaleándose, buscando a alguien que los cure. Y todo este dolor surge en la infancia, en el recuerdo. Ésta es la historia de Bride, una mujer negra (negrísima, como dice ella) nacida de una madre blanca (blaquísima) que debe lidiar con el racismo desde pequeña. Incluso su familia la rechaza, siente vergüenza por ella, evita tocarla.
            Qué bien cuenta Toni Morrison las historias: su forma de separarlas en capítulos, cada uno dedicados a uno de los protagonistas, la elección de los momentos vitales para entender las motivaciones de los personajes, su estilo afilado pero a la vez contenido; sus diálogos, sus giros en la trama, y sobre todo, la forma en la que todas las piezas encajan durante las últimas veinte páginas. Toni nos reconcilia con el ejercicio de leer gracias a esta historia, que arranca cuando el novio de Bride la deja tras decirle: “no eres la mujer que quiero”. Esa frase, que se repite en su cabeza como un eco, desencadena una avalancha de sentimientos que creía superados y la impulsará a querer encontrar su camino, a intentar entender por qué es así, y por qué todos le retiran su cariño. Bride inicia, entonces, una búsqueda de la identidad. ¿Somos lo que somos por la aceptación o el desprecio de los demás? ¿Quién determina cuánto valemos cada uno de nosotros?
            Son 192 páginas –no presten atención a algunas erratas y a un par de laísmos- de una historia concentrada, con una tensión latente donde se habla de esa necesidad de salvarnos –no sabemos cómo ni a qué precio-, de que la redención existe. Es, sin lugar a dudas, una de las lecturas más duras de este año, y también más emocionantes. Fíjense en algunos de los grandes logros de esta novela: la forma en la que esa madre despegada abre y cierra la novela, a los maravillosos personajes de Booker y Rain, la escena de la visita a un motel, la forma tan exquisita en la que aborda los abusos sexuales y la mentira. Aquí, en las páginas de esta novela, están la culpa, la maldad de los niños, la desesperación… Y Toni nos deja mudos: de espanto, de dolor. El complemento a esta dureza la ponen los esquemáticos dibujos de Óscar Astromujoff.
            La noche de los niños es como tener una bomba entre las manos: uno nunca sabe cuándo va a explotar la protagonista, cuándo va a saltar por los aires la trama… Es éste un libro sobre lo que nos pasa en las noches oscuras. Lo único cierto es que, después de la última página, uno termina tocado en algún sentido, como hipnotizado, pensando en lo terrible de la vida o en las vidas terribles. Lean a Toni Morrison, y revisen sus prejuicios y sus debilidades, recuérdense siendo niños y alégrense de que la literatura nos prevenga de la cara más sórdida de los humanos. Y ahora, contéstenme a una pregunta: ¿el fin justifica los medios? ¿Los pecados cometidos por amor deberían ser perdonados? ¿La diferencia nos genera rechazo?
            Señora Morrison, a sus pies. 

lunes, 20 de junio de 2016

¿Has tenido familia alguna vez?


La noche antes de la boda de su hija, la vida de June Reid queda devastada cuando una explosión se lleva la vida de su hija, el prometido de ésta, su exmarido y su novio.Toda su familia muere en un segundo, y ella es la única superviviente. Sola y sin dirección, June conduce a través del país, lejos de su pequeño pueblo de Connecticut.Poco a poco, irá tejiendo lazos hermosos y sorprendentes con gente con quien comparte el corazón roto. Elegante y desgarradora, ¿Has tenido familia alguna vez? es una novela inolvidable que revela lo mejor de la humanidad a través del perdón y la esperanza. Una celebración de la familia, aquella que tenemos al nacer y la que elegimos, y del deseo por encima de todo de seguir viviendo.

La tragedia, más bien escrito así: LA TRAGEDIA, ha nutrido la literatura desde el inicio de los tiempos. El dolor, quizás por eso del morbo o porque es un asunto que nos afecta a todos –en algún momento, con determinada intensidad-, atrae y repele (normalmente, atrae el de otros; y huimos al nuestro), gusta y disgusta, nos fascina, como una de esas películas de miedo ante la que nos tapamos la cara, pero que terminamos viendo entre los dedos. Y es este sufrimiento el que sustenta la historia de la que os hablo hoy. Un sufrimiento sin orillas, uno de esos que te deja sin fuerza en las rodillas y al borde del desmayo, uno de esos por los que rezamos para no vivir nunca en nuestra piel. ¿Has tenido familia alguna vez?, de Bill Clegg, es una asombrosa-inquietante-desoladora apuesta de Seix Barral que llega a España precedida de numerosos galardones en Estados Unidos y que se ha convertido ya en una de mis mejores lectura de los últimos años. Sí, esta historia duele y alivia a la vez, tiene la maravillosa virtud de hablar de un tema espeluznante desde la ternura, desde un lugar poco explorado: la delicadeza.
            ¿Has tenido alguna vez familia?, el título, no sólo hace referencia a la desgracia de la que habla la sinopsis: June, una mujer de cincuenta años, pierde a toda su familia en un incendio –a su novio, más joven que ella, a su ex marido, a su única hija y al novio de ella- el día antes de una gran celebración; sino que hace un guiño también a esos secretos, mentiras y traiciones que van minando las relaciones familiares, a esos silencios que van separando a los padres y a los hijos, y a los maridos y a las mujeres; a esos pequeños odios que vamos cultivando casi sin darnos cuenta y que terminan por salir, de una forma u otra. La muerte no es la única tragedia de esta historia: hay más, y más letales. Y aquí radica uno de los aciertos de su autor, Bill Clegg: el de no sobreexplotar el dolor, el de no atrincherarse en él continuamente, el de no volverse machacón recordándonos lo 'pobrecitos' que son los personajes. El sufrimiento, aquí, es una constante, sí, pero viene de diferentes sitios, como un mar que se llena de varios ríos. Y consigue que esa sensación de angustia planee por las páginas, que nunca se nos olvide, como un telón de fondo.
            Son muchas las virtudes de esta historia. Empezamos, porque no puedo callármelo más, con la estructura. Es una novela coral, polifónica, en la que diferentes voces nos van contando retazos del presente y del pasado, van dándole forma a la tragedia. La fórmula funciona de maravilla y le da amplitud a la trama. Va cambiado de narradores, va modificando los puntos de vista: historia caleidoscópica. El estilo del autor, que no sé por qué me recuerda al de Michael Cunningham, tiene personalidad, tiene fuerza: con cierta complejidad poética. Y además, maneja bien la dosificación del misterio y consigue hacer de la lectura un ejercicio adictivo. Eso sí, aviso: no esperen una historia ligera, de ésas que uno puede seguir mientras ve la televisión o todos gritan a tu alrededor. Es una novela que exige nuestro esfuerzo, nuestra concentración –me resulta un poco absurdo avisar de esto, pero me veo en la obligación de hacerlo-. No hay diálogos, no hay respiro.
            ¿Has tenido familia alguna vez? sigue quemándome por dentro, sigue recordándome las ausencias, sigue teniéndome desconcertado. Es una gran novela, una gran historia; y encima, está bien contada. A veces uno tiene que acercarse a la parte más amarga de la vida a través de la literatura. Enfréntense al dolor, imagínense el mayor sufrimiento posible, y sobre todo, piensen que sobreviven, porque sobre esto va la novela: sobre la capacidad que tenemos todos de vivir, de buscar esperanza donde sea, de intentar olvidarnos de la tragedia durante algún segundo. La literatura, como ésta, salva. ¿Os he dicho que es una de mis mejores lecturas de los últimos tiempos? Pues sí. 

jueves, 16 de junio de 2016

Aguacero


Año 1955. El inspector Ernesto Trevejo recibe el encargo de investigar cuatro crímenes en un pueblo de la sierra madrileña donde se está construyendo un pantano: dos guardias civiles han sido torturados hasta la muerte; el alcalde del municipio y su esposa, ejecutados a sangre fría. Un posible asesino en serie podría aterrorizar a la región mientras se desarrollan las obras. El asunto debe ser resuelto–y silenciado- cuanto antes. Siguiendo los pasos de una investigación que destapará odios, secretos e intereses ocultos, el lector se traslada a una España en blanco y negro. De fondo, el rumor incesante de la lluvia que acompañará al protagonista en su viaje a un escenario rural, remoto, casi salvaje.

En el imaginario colectivo, la España rural de los años 50, en plena dictadura franquista, es gris y corrupta; sí, más gris y más corrupta que la de ahora. Piensen por un momento: una aldea perdida en mitad de la sierra, una comunidad de forasteros que construye un pantano, unos roles establecidos –el cura, la guardia civil, el tabernero, el rojo, la maestra, la puta-, un falso acusado, la falta de luz, la lluvia y la sospecha. El escenario, ya de por sí, luce mucho para un thriller con cuatro muertos, muchos sospechosos y unos habitantes que se callan o mienten. Nadie es de fiar, nadie parece trigo limpio. Aguacero, el debut literario de Luis Roso, publicado por Ediciones B, se convierte en una historia a medio camino entre lo político y lo doméstico, entre lo público y lo íntimo, donde se nos presenta al novato inspector Ernesto Trevejo y que nos habla de las bajas pasiones, las venganzas, y el perdón, de los enfrentamientos ideológicos, de los vencedores y los vencidos, de las ganas de matar.
            Parece tener muy claro Luis Roso cómo distinguirse de las muchas novelas negras que abarrotan las baldas de las librerías. Primero, con un escenario atípico: viaja hasta los años cincuenta para sacarnos de nuestra zona de confort y para encerrarnos en un pueblo del que es difícil escapar y donde todos son sospechosos; segundo, apuesta por un ritmo pausado y sin grandes subidas de adrenalina, donde todo parece discurrir de forma calmada, sin apenas sobresaltos y sin picos de tensión; y tercero, con un protagonista corriente, el inspector de la Brigada de Investigación Criminal franquista Ernesto Trevejo, que no destaca ni por su físico ni por su agudeza, ni tampoco por su valentía: es, por lo tanto, un tipo corriente que se encarga de hacer su trabajo lo mejor posible y que sólo tiene un don: la desconfianza ante todo. Con este cóctel narrativo, lo que se levanta ante los ojos del lector durante toda la novela es, por supuesto, la sospecha, la sensación de que el peligro está latente y puede venir de cualquier sitio, la lluvia que moja el paisaje y que lo hace todo borroso.
            No pasa desapercibida la documentación que hay detrás de Aguacero. Hay fechas, nombres y hasta detalles, como bebidas, gestos o marcas de cigarro. Esas pinceladas –pocas, para mi gusto (ya saben que me apasiona el ámbito doméstico de la posguerra y me he quedado con ganas de más)- le dan un punto muy favorecedor a la novela, aunque tengo la sensación de que podría haberle sacado más partido a la rutina de los pueblos, a esos años del miedo. Aun así, la historia se sostiene y el culpable, como en cualquier thriller que se precie, no se adivina hasta el final. ¡Bien! Además, hay un par de vueltas de tuerca que se agradecen y que ayudan a rizar el rizo. Presten atención a la relación tan peculiar -y tan cervantina- del protagonista con su ayudante, Aparecido, porque funciona de maravilla.
         Aguacero hunde sus raíces en la novela negra con la intención de darle algo de originalidad al género. Se agradece que un autor tan joven -26 años- apueste por una historia ambientada en la época de sus abuelos, y ¿saben lo mejor? Que lo hace bien, y sale airoso, y monta una historia que se sostiene porque acierta de pleno en algo fundamental para el thriller: que el culpable y la motivación para matar sean creíbles. Aquí lo son. Luis Roso debuta con una historia consistente y serena, que no es más -esperemos- que el inicio de una larga carrera literaria.   

martes, 7 de junio de 2016

Los bosques imantados


La superstición y la ciencia se enfrentan en el bosque de Samiel. Francia, 1870. En el bosque de Samiel se reúnen centenares de curiosos, devotos, médiums y magos, y también la prensa, dispuesta a cubrir los fenómenos que se esperan para la noche del 10 de julio. Locusto,un misterioso mago al que nadie ha visto el rostro, ha anunciado su aparición en el bosque, coincidiendo con el eclipse lunar que tendrá lugar en la noche de Samiel, y que propiciará el despertar de poderosas fuerzas. Hasta allí viaja Victor Blum, periodista embarcado en una cruzada personal contra la superchería y el fraude. Dos hechos inesperados, la profanación de una iglesia y un asesinato, pondrán a prueba la investigación de Blum. Un análisis de la fascinación por los fenómenos paranormales y de la necesidad de poner a prueba la fe y la superstición.

Imantar, del francés aimanter, es –según el diccionario de la RAE- comunicar a un cuerpo la propiedad magnética, es decir, de atraer otros elementos.  Imantados son, supuestamente, los bosques en los que se desarrolla la acción de esta particular novela, publicada por Seix Barral, e imantada es también la prosa de Juan Vico, que se consolida como un narrador consistente y a la vez fluido, con una voz particular e incluso reconocible, y con la habilidad de hacer que la palabra escrita entre también por el oído, porque parece que se escucha. Los bosques imantados, que llegó a las librerías y a las bibliotecas hace poco más de un mes, nos lleva de la mano hasta un pueblo perdido en la Francia rural donde, la noche de un eclipse, se espera que ese bosque del que nos habla el título cure a numerosos enfermos que han peregrinado movidos por esperanza. Hasta allí vamos también nosotros de la mano de Victor Blum, un periodista descreído que intentará delimitar las regiones de la verdad y la superstición, de las creencias y de la magia, de lo que decidimos o necesitamos creer.
            ¿Crees en la magia? ¿Crees en poderes sobrenaturales que pueden tener efectos beneficiosos sobre nosotros? O, abriendo el abanico, ¿en qué crees tú? Juan Vico nos lleva hasta la Francia de finales del siglo XIX, en plena efervescencia de los curanderos y de los magos, con esa fascinación colectiva por el espiritismo, para hablarnos de un tema –o de varios temas– que siguen de plena actualidad: la magia, las creencias, la esperanza. Con toques de la novela de aventuras, de misterio y hasta negra, el autor compone una historia equilibrada y que, gracias a un extraño mecanismo, funciona, resulta muy efectiva. Es, a ratos, una historia costumbrista, también de intrigas y hasta casi de humor. Y además, consigue mantener una cuota constante de misterio, que está en el ambiente, en los personajes y en los silencios. Nosotros, los lectores, somos capaces de notar ese poder de lo que no está escrito, de eso a lo que el narrador no le ha puesto palabras.
            Juan Vico, el mago de las palabras, el escritor imantado, acierta de pleno al recuperar el bosque como uno de los grandes lugares simbólicos de la literatura universal: ése, junto con el poder que desprende, es el gran protagonista de esa historia. El estilo, como avanzaba en las primeras líneas, destila carisma –sólo he encontrado un par de párrafos algo menos pulidos en los que, por ejemplo, se repite hasta tres veces la palabra alzar-. Pero digo esto sólo por ser tiquismiquis, porque la novela tiene mucho atractivo y le sobra solidez, como un buen truco de ilusionista. No sacrifica un final llamativo, a lo grande, como les gusta a los magos. Eso sí, el ritmo es reposado, nada con lo que estamos acostumbrados ahora. La trama avanza, pero con calma.
            Los bosques imantados conecta de inmediato con esa parte tan débil y tan humana de querer creer en algo, lo que sea, cuando uno está desesperado. Es la literatura que explora los límites de la magia y de la razón, que le dedica un gran espacio a esas cosas que no entendemos. Juan Vico escribe con gusto, narra con pulso y, lo más importante, sabe cómo engatusar al lector. Disfruten con esta novela que nos lleva hasta los albores del ocultismo, hasta esa sociedad que, a mediados del XIX, se confiesa fascinada por el espiritismo, por las fuerzas invisibles. Y además, nos acerca al padre de la magia moderna, Robert-Houdin. Así lo define el autor: “una novela sobre el engaño y sobre dejarse engañar”. 








viernes, 3 de junio de 2016

La madre del cordero


«Hacemos turismo cultural, visitamos iglesias y catedrales, nos arrobamos ante la belleza de los frescos románicos, de los lienzos renacentistas, de los retablos barrocos, de las imágenes de bulto talladas en sillerías, canecillos y retablos, de las prodigiosas arquitecturas que conforman el edificio, pero no entendemos lo que representan.» ¿Qué diferencia una iglesia de una catedral? ¿Por qué se representa el Espíritu Santo mediante una paloma? ¿Por qué al evangelista san Juan se le muestra unas veces imberbe y otras con barba? ¿Cómo distinguimos a san Judas Tadeo de Judas Iscariote? ¿Hubo una santa tutelar de las prostitutas? ¿Qué determina el grado de santidad de una reliquia? Con la inmensa capacidad divulgativa y el refinadísimo sentido del humor que lo caracterizan, Juan Eslava Galán nos guía por el arte religioso español más importante y nos enseña a interpretarlo y a disfrutarlo.

Es entendible que el Estado –cualquier Estado– se encamine hacia la aconfesionalidad, es decir, que no reconozca como oficial ninguna religión, pero ¿está provocando esta tendencia una preocupante incultura general? Dicho de otro modo, y aquí cito a los expertos en Historia del Arte: ¿darle la espalda al cristianismo está favoreciendo un peligroso desconocimiento de los símbolos que conforman nuestra sociedad? A ver, por ejemplo, ¿sabemos por qué mató Caín a Abel? ¿Por qué San Gil es el patrón de los terrores nocturnos y María de la Cabeza la de las mujeres sospechosas de adulterio? ¿Por qué la pila bautismal se coloca a la entrada de la entrada? ¿Le sangraban realmente las manos al Papa Pío? Para darle respuestas a estas preguntas escribe el prolífico escritor Juan Eslava Galán La madre del cordero, de la editorial Planeta, que se presenta como una guía completísima e imprescindible para entender una parte importante de la civilización cristiana occidental. “Una iglesia es un libro mudo que cuenta historias, una especie de tebeo, de cómic, porque la mayor parte de los feligreses eran analfabetos”, dice el autor. Pues sí: hay que ser lo suficientemente listo como para saber que detrás de la religión hay un universo riquísimo de símbolos, conceptos y ritos, sin los cuáles no se puede entender la historia del arte ni la evolución de las creencias, ni –fíjense- la construcción de nuestro imaginario colectivo. Pues vamos a ello.
            No es una novela. A medio camino entre un libro de arte y una recopilación de chascarrillos-cotilleos-curiosidades, el autor nos hace una visita guiada por los sucesos, los protagonistas y los ritos más importantes del Cristianismo para enseñarnos qué hay detrás de lo que vemos, de lo que nos parece que ha estado ahí siempre. La madre del Cordero nos cuenta la historia desde esa perspectiva irónica y afilada a la que Eslava Galán nos tiene acostumbrados. ¿Puede herir el particular humor de Eslava Galán? Yo diría que no, porque esa cuota de humor (y de sarcasmo) es inherente a su forma de contar las cosas y, además, le da al texto –de una profundidad considerable- una ligereza que se agradece. Este libro es como una caja de herramientas para que nosotros podamos ver el mundo que nos rodea desde otra mirada, sin duda más interesante, más erudita. Fíjense, tengo la sensación de que Eslava Galán, para evitarnos el aburrimiento, nos va ofreciendo continuamente historietas curiosísimas, datos desconocidos, conexiones extraordinarias. Este libro es como visitar una iglesia, pero no sólo la nave central y el altar, sino también los pasadizos secretos, las habitaciones cerradas.
            Planeta ha hecho un gran trabajo con esta recopilación: cientos de fotos a color hacen del ejercicio de la lectura una auténtica gozada porque el lector va relacionando los conceptos y las imágenes. Es definitiva, una edición exquisita. El resultado es, sin duda, interesante, coherente y sólido. Su prosa, en apariencia sencilla, pero dotada de una estudiada precisión, fluye. El autor sabe filtrar la información y dar los datos justos, los que saben que se quedarán en la memoria del lector. Es un zarandeo continuo a nuestro conocimiento: ¿Por qué, cuando se nos ha perdido algo, decimos ‘Cucufato, los cojones te ato’? ¿Por qué le rezamos a Santa Bárbara cuando hay truenos? ¿Por qué la antigua diosa de las cloacas era también la de las relaciones sexuales dentro del matrimonio? Escucharlo a él es como escuchar a ese abuelo que sabe de todo.
            La madre del cordero es un libro valiente y necesario, sin duda, porque la religión es más que un conjunto de creencias íntimas sino que es también un discurso que ha conformado la Historia de la Humanidad. Nosotros, todos nosotros, somos hijos de este relato y estamos conociendo el mundo a través de esas historias que se han quedado en el imaginario colectivo. Juan Eslava Galán hace una especie de árbol genealógico para que sepamos quiénes son Noé, Moisés o María Magdalena, qué significa el diluvio y por qué Dios habla de un cordero o de los peces. Además, sabe que la mejor manera de enseñar es entreteniendo. Y en eso, es un genio. Felicidades, a ese tándem: Planeta-Eslava Galán.