martes, 12 de abril de 2016

La isla del padre


Cuando era pequeño, su padre recorría los mares del mundo durante largos meses. Un día apareció en la puerta de la casa de Bilbao. El niño no lo conocía. «¿Quién es ese hombre?», preguntó. A mitad de camino entre la memoria y la fantasía, este libro surge a la muerte de Leonardo Marías, cuando su hijo Fernando se deja llevar por la escritura como alternativa al duelo y se adentra sin miedo en cada rincón de sí mismo y de su relación con el inalcanzable personaje que es el padre marino a los ojos del niño, del adolescente, del joven que fue y del hombre que es hoy. Padre e hijo embarcan rumbo al paisaje de la infancia y sus carencias, a la temprana fascinación por la literatura y el cine; un itinerario poblado por piratas y maleantes, por miedos y leyendas, por la presencia de un héroe misterioso que se convierte en referencia vital. En la libertad con que va desgranando ese viaje, Fernando Marías encuentra el punto de equilibrio entre la nostalgia y la realización, entre el miedo y la certidumbre.
 Un padre es, por definición, un referente, un protector y un cómplice, pero también puede ser un extraño, un intruso e incluso un enemigo. Sí, señores, el amor se pierde a veces en laberintos incomprensibles. ¿Cómo es un padre que no provoca –o no sabe provocar– el afecto en su hijo? ¿Cómo es un padre lejano que te saluda desde otro lado del abismo, que no sabe de qué hablarte, y al que no le sale un abrazo espontáneo? Fernando Marías se confiesa (y de qué manera) en La isla del padre, Premio Biblioteca Breve 2015 que convoca la editorial Seix Barral, y hace un generoso ejercicio de memoria para imaginarse de niño, junto a ese hombre, ante el que, después de llegar de unos meses en el mar, dijo: “¿Quién es? Mamá, no quiero que esté aquí”. Y esta frase, pronunciada con apenas dos años, es el origen de todo, la semilla de ese Miedo Mutuo que condicionará para siempre la relación de un padre y un hijo, y que acabará convertido en uno de los grandes protagonistas de la historia. ¿No les parece aterrador? ¿No han notado un pinchazo en el estómago?
            Se atreve Fernando Marías con ese género tan curioso de la autoficción, de las creaciones (literarias) del yo, y de la necesidad de definirse ante uno mismo y ante los lectores a través de la escritura. Y para eso, toma como justificación a su padre, o más bien la muerte de su padre, don Leonardo, en una mañana gris; y así, le pone palabras a su Historia, a la de ambos, y no se cansa de intentar entender esa manera de quererse tan extraña que se han profesado durante toda su vida: el cariño callado, el cariño frío. Salen, de forma desordenada –porque es así como salen los recuerdos-, estampas de la infancia, de la adolescencia y de la madurez; momentos, en apariencia banales, que se han fosilizado en la memoria; sensaciones que pertenecen sólo al narrador-protagonista. El autor sabe conectar de inmediato con ese lector-curioso que todos tenemos dentro, al que hace partícipe de los afectos domésticos, de las conversaciones íntimas y de los muchos silencios; y lo escribe todo desde la naturalidad, como si sólo necesitara descargarse o terminar el libro para terminar el duelo. Su estilo, como nos tiene acostumbrado, es directo y sencillo, pulido.
            En esta novela cabe de todo: desde referencias cinematográficas –qué grande es el amor del señor Marías por el cine- hasta las fantasías de un niño que está convencido que su padre es un espía secreto. Y están también el Madrid de los años 70, los largos viajes en tren y la contundente casa de Bilbao, que se presenta como un espacio simbólico que representa una época que se cierra con la muerte del padre. Es también una historia metaliteraria en la que todos nosotros somos partícipes de la escritura de este libro, y sobre todo, es un duelo compartido, y quizás aliviado por el poder de la literatura y los lectores.
            Es La isla del padre una hermosa conversación con el Fernando Marías huérfano, con el hombre que se recuerda de niño y que tiene la necesidad de buscar su propia identidad a través de la relación con su progenitor. Es una historia sobre las ausencias, las reales y las cotidianas. Es esta novela, además, un acto de generosidad por la delicadeza con la que el autor comparte (y construye) sus vivencias, y por eso tiene el peso de las cosas que se escriben desde la verdad, esa luz de las emociones que aún palpitan. Y al cerrar el libro, uno confirma que en la vida sólo importan la muerte y los amores. Ah, y también la literatura, que salva, que cura, y que ayuda a que las heridas dejen de sangrar. Tenemos aquí al Fernando Marías más íntimo, más honesto. Más crudo.

4 comentarios:

  1. No lo conocía pero no termina de llamarme, gracias por la reseña.
    Un beso

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  2. Habrá que conocer a Fernando Marías. Muy buena reseña.
    Besotes!!!

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  3. No lo conocía, pero no es mi estilo xD

    Un abrazo ^^

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  4. A priori no es muy del estilo de libros que me llaman la atención, pero hay algo que me intriga en lo de la autoficción... No sé si lo leeré algún día, pero si lo tengo a mano, ahora sé que le daría una oportunidad :)

    un besito ♥

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