miércoles, 9 de diciembre de 2015

Una chica en invierno


Una chica en invierno es la última de las grandes obras de Larkin que quedaba por publicar en castellano. Una historia de invierno y de verano, de guerra y de paz, de exilio y de hogar, y también una de sus piezas más sinceras, en la que se entrelazan huellas de su propia biografía. El autor nos sumerge magistralmente en la opresiva atmósfera del crudo invierno inglés en plena Segunda Guerra Mundial. Katherine es una joven refugiada que trabaja como bibliotecaria en una gris ciudad inglesa. Hastiada de su trabajo y de la vida en general, lo único que le hace mantener la esperanza es la perspectiva de un reencuentro con el que fue su primer amor. Así, en las horas previas a su cita, Katherine revivirá las idílicas vacaciones que supusieron para ella la pérdida de la inocencia y el paso a la edad adulta. Ahora Robin, el protagonista de aquel crucial verano, tan glorioso como mortificante, tan radiante como precozmente crepuscular, podría poner fin a su monótona vida y arrancarla para siempre de las garras de la frustración.
 No voy a andarme con rodeos: Una chica en invierno se cuela directamente en el podio de este 2015 como una de las mejores novelas publicadas. Y lo digo con la boca grande y el brillo todavía en los ojos. ¿Por qué? Por el carisma de su personaje principal, la bibliotecaria Katherine, que se debate entre el deseo y la desgana, por la brillantez de los diálogos y por esa forma tan sencilla –y a la vez tan sublime- de retratar la condición humana a través de los pequeños detalles, de acciones aparentemente triviales. Esta historia, escrita por Philip Larkin en los años cuarenta y recuperada en español por Impedimenta -¡qué gran trabajo está haciendo esta editorial!-, podría resumirse así: un solo día en la vida de la protagonista y en ese día, toda su vida. La frase, que he copiado elegantemente de mi admirada Virginia Woolf, condesa a la perfección el rumbo que toma esta novela: esa tarde de invierno en el que Katherine se entera de que va a recibir la visita de Robin, un joven peculiar con el que pasó tres semanas en un verano lejano durante el que surgió algo parecido a la atracción. La idea del reencuentro la desborda, la pone en el brete de decidir cuál es su compromiso con la felicidad.
            En Una chica en invierno hay mucho más de lo que se lee. La acción, a simple vista, pausada, es sólo la punta del iceberg, como ese dedo que apunta a la luna. Es preciso que el lector aprenda a ver lo que hay detrás de esos hechos cotidianos. Leemos con cautela que la protagonista acompaña a una compañera de la biblioteca al dentista, que devuelve un bolso que se ha encontrado, que se frota las manos de frío… Y aunque parece que eso es lo único que ocurre: los hechos están preñados de simbolismo, hay una visión concreta del mundo, una radiografía exhaustiva de sus estados de ánimo. Están la guerra y los esfuerzos por llevar una vida normal, el amor, las decepciones y las ensoñaciones, y el sentido que le damos a la existencia. Y todo junto, narrado por la prodigiosa pluma de Larkin, es como un calambre continuo, una lectura eléctrica, casi viva.
            Es atípica la estructura de la novela: tres bloques; el primero y el último, ambientados en el presente, y el segundo se centra en la recreación de ese verano raro y luminoso en el que se gestó todo, y digo todo para no contar nada. Si hay algo en lo que brilla especialmente el autor es en ese retrato de las relaciones humanas, entre la necesidad y la desconfianza, y lo bien que maneja los silencios. Sus personajes están llenos de silencios, como todos nosotros. Y es quizá eso lo que los define, lo que los hace tan cercanos, tan frágiles, tan irresistibles. Y para muestra un botón: en toda la historia no conocemos el país de origen de la protagonista. Abran los ojos y los oídos al estilo del autor, observen a los personajes y quédense un rato después con el final, ese final, suspendido en el aire y ante nosotros, como una nube de humo.
            Una chica en invierno tiene la virtud de meterte dentro el frío, de hacerte echar de menos la calidez del contacto humano, los abrazos y las caricias. Es una novela en apariencia inofensiva, pero cargada de dimanita. Es como cruzar un campo lleno de minas y querer salir indemne. Imposible. Impedimenta y Larkin son los responsables de que ahora, con el frío fuera y el frío dentro, disfrutemos de este relato, de esta relación amorosa tan peculiar, de esa asombrosa capacidad para hablar de la gente en la guerra. ¿Cómo se vive con la muerte tan cerca? ¿Cómo se desea cuando uno sólo se preocupa por esta vivo? Larkin tiene la respuesta. Y lo más asombroso de todo es que escribió esta novela con 25 años. ¡25!
            No es una novela triste, tampoco alegre, no va sobre los deseos o su frustración. Es una novela sobre la contradicción humana, sobre esa búsqueda desesperada de sentido.

2 comentarios:

  1. Me gusta esta editorial, sus publicaciones son cuidadas y tienen ediciones muy bonitas. En cuanto a lo que nos cuentas de este libro, me has convencido. Me lo apunto que tiene muy buena pinta.

    Saludos

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  2. Es una editorial que también me gusta. Aunque en este libro no me había fijado. Y has conseguido tentarme por completo.
    Besotes!!!

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