miércoles, 2 de diciembre de 2015

Días de perros


Cansado de vivir en un mundo en el que no encuentra su lugar, y triste por la pérdida de sus seres queridos más cercanos, el riquísimo Andrew Blake decide dar un giro radical a su vida y desaparecer. Así, el día que le van a otorgar el Premio a la Excelencia Industrial, como mérito a toda una carrera como empresario, deja su Londres natal y se marcha al campo en Francia… ¡a trabajar como mayordomo! Cuando llega a Beauvillier se da cuenta enseguida de que la mansión ha perdido el alma que tuvo antaño… Entre sus habitantes están Nathalie, su patrona viuda y de horarios y exigencias extrañas; Odile, una cocinera refunfuñona; Manon, una joven que no sabe lo que quiere, y Philippe, el jardinero y manitas que vive en la casita del jardín y se pelea con cualquiera… La relación entre todos es un caos, y está llena de malentendidos y situaciones absurdas, así que Andrew no tiene otra opción que intentar poner orden en esta caótica casa…Ah, ¡y hacerse amigo de Méphisto, el gato de Odile!
 Cosa delicada es el humor. Y más cuando te da un poco de vergüenza ajena la gente que intenta hacerse el gracioso continuamente sin conseguirlo. Hacer reír es un don, un talento y, para ser sinceros, casi un milagro: se tiene o no se tiene. Si no te queda esto claro es posible que caigas en el ridículo y quizá hasta en el patetismo. Días de perros, una de las últimas apuestas de la editorial Planeta, viene abalada por la crítica y por millones de lectores que se han partido de risa con la peculiar historia de Andrew Blake, ese millonario sesentón que deja su vida en Londres para irse a trabajar de mayordomo a una mansión, en Francia. Y con este arranque tan recurrente de ‘pez fuera del agua’ –un personaje que debe desenvolverse en un hábitat que no es el suyo-, su autor, Gilles Legardinier, arma una comedia ligera basada en los absurdos, en los malos entendidos, en momentos emotivos y en tiernos personajes. Lo de las carcajadas aseguradas dependerá de vosotros.
            Desconfío de todo aquel que me dice que es muy gracioso, por eso desconfié de Días de perros. Las gracias son más efectivas si no se esperan, si te cogen desprevenido; reconozco que me enfrenté a la historia con la sospecha de que me dejaría impasible, de que no conseguiría hacerme mover ni un solo músculo de la cara. Y curiosamente, no. La novela tiene un no sé qué, un encanto que sobrepasa al humor, y que, después de meditarlo, creo que radica en su dulzura, porque todo es amable, como un película navideña: ese hombre con casi setenta años que busca emociones en su vida, esa mansión tan imponente en mitad del campo, esa cocinera malaje –de pura rabia-, esa dueña triste y ese gato gordo. Entre todos forman un elenco de personajes humanos y carismáticos, quizás un pelín estereotipados, a los que el autor obliga a interactuar para provocar situaciones más o menos graciosas.
            Días de perros no tiene una línea argumental clara y contundente: llega un momento –cuando el protagonista ya está en la casa de campo francesa- en la que la historia se convierte en una sucesión de gags que nos permite conocer a los protagonistas y compadecernos de Andrew Blake por haberse metido en ese berenjenal. Es cierto, que en el último tercio de la novela, el argumento coge peso y todos los habitantes de esa mansión luchan por algo en concreto, lo que posibilita un final de cuento. El estilo, como debe ser en una historia de este género, es sencillo y también ligero, fluido, dejándole mucho espacio a los diálogos y a que los personajes demuestren su capacidad para ser graciosos.
            Si lo que estáis esperando es que os diga si me he reído a carcajadas con la novela, si se me han saltado las lágrimas y me ha dolido el estómago, la respuesta es no. No he encontrado una situación verdaderamente hilarante. Sí es verdad -¿y se le puede pedir algo más a una historia?-, que la he leído con una sonrisa constante, con la agradable sensación de que son necesarias este tipo de historias, que hablan de arriesgarse, de vivir y de reírse. ¡Todos los personajes sólo quieren ser felices! Y en momentos de tanto desencanto como el de ahora, aplaudo cualquier historia que nos haga sentir mejor, que nos haga ilusionarnos con algo. Días de perros es un caramelito, como una tarde en la que uno habla con amigos buenos en torno a una mesa o se pone a ver una película de ésas que no tienen una gran trama, pero que contagian de inmediato el buen rollo. Así que eso, viva el humor, viva el buen rollo y viva las segundas oportunidades. ¡VIVA! 

3 comentarios:

  1. Hola!!

    Lo tengo pendiente de leer, tiene de ser divertido este libro, he leído buenas reseñas de el.

    Besos

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  2. Con que arranque la sonrisa está bien, así que este libro terminará cayendo tarde o temprano.
    Besotes!!!

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  3. Con este libro estoy un poco indecisa porque he visto reseñas de todo tipo. Por el momento me lo sigo pensando.

    Saludos

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