martes, 2 de junio de 2015

Las buenas intenciones


Desde la cárcel, Eric Kennedy escribe una larga carta a su esposa, Laura, en la que confiesa los motivos que lo condujeron a incumplir la ley. En pleno trámite de divorcio, Eric y Laura se hallaban en mitad de una tensa y desagradable pugna por la custodia de Meadow, su hija de seis años, cuando él decidió llevarse a la niña sin autorización para realizar un viaje por los lagos de Vermont. En su reveladora misiva, Eric no sólo repasa episodios clave de su vida con la intención de explicar y justificar su comportamiento, sino que también desgrana los momentos más felices de su paternidad. Así pues, detrás de sus defectos, emerge un padre afectuoso y entrañable que nos plantea una serie de preguntas de difícil respuesta.
 Todos dicen que la intención es lo que cuenta. O no. Los peores actos están a veces impulsados por las mejores intenciones. Uno quiere ser amable y termina siendo un capullo. Uno intenta decir las cosas con cariño y acaba hiriendo al otro. Uno quiere dar una sorpresa y termina dando un susto de muerte. En definitiva, las buenas intenciones no sirven para nada, sólo para justificarnos ante un mal resultado. Y sobre esto vamos a divagar hoy, sobre los dilemas morales, sobre la responsabilidad de nuestros actos y sobre los caminos –a menudo contrapuestos– que suelen tomar la ley y las emociones. El protagonista de esta historia, y no os estoy desvelando más de la cuenta, es un padre que, harto de no poder estar con su hija todo el tiempo que quisiera, decide llevársela –sin consentimiento de la madre– a un viaje improvisado y maravilloso por las montañas, y aquí arranca la historia, el conflicto y la aventura, todo empapado de un lirismo cotidiano, de esa belleza que palpita en las cosas comunes. Las buenas intenciones, escrito por Amity Gaige, y publicado por Salamandra, es una novela arrebatadora sobre aquellas personas que «prefieren tener la razón a ser felices.» (Pág. 58).
            La historia está basada en un caso real –eso que tanto le gusta a los americanos– y toma la peculiaridad de estar narrada por el propio protagonista, en primera persona: un padre trastornado, aún enamorado de su ex mujer y en plena búsqueda de su identidad, que, en un arrebato de desesperación, decide raptar temporalmente a su hija. Y esta voz, poderosa y certera, es la que va hilando esta historia que se parece a una confesión. No voy a convertir esta novela es un alegato ñoño sobre las virtudes de la paternidad porque no es el sitio y porque tampoco soy padre, y no quiero caer en lugares comunes. Además, la novela es mucho más, abre sus tentáculos y se convierte en una lúcida reflexión sobre lo que somos y en lo que nos convertimos, sobre la necesidad de encajar en el entorno a toda costa, sobre el desgaste del amor. “Porque al final, las grandes fuerzas en conflicto de nuestra existencia no son la vida y la muerte (…), sino más bien el amor y el tiempo. En la mayoría de los casos, el amor no sobrevive al paso del tiempo. Pero a veces sí. A veces tiene que sobrevivir», (pág. 24).
Las buenas intenciones es una novela que funciona a dos niveles: por una parte, parece una ‘road movie’, sustentada en la huída y en los paisajes; y por otra, una excavación psicológica y concienzuda del protagonista, aunque con una premisa: se aleja de los dramas innecesarios y de la cursilería barata. Toma tanta distancia con lo que está haciendo –infringiendo la ley- que no convierte la historia en un alegato triste y derrotista, en una narración temerosa. Además, Amity Gaige nos demuestra que es más fácil de lo que parece hacernos empatizar con un delincuente.   
            Analizando –y alabando– el estilo, les advierto de que no pasen por alto los silencios que, como un campo de minas, van ocultándose entre las páginas y explotando en los momentos menos pensados. Es el narrador-protagonista el que inserta estas pausas a conciencia para dotar de un nuevo significado las palabras, para darle una nueva dimensión a su historia. Para más inri, él está haciendo una investigación sobre los silencios, los tipos de silencios y cómo pueden interpretarse. Y es en este universo mudo en el que se expande la novela en el que los personajes adquieren su verdadera personalidad. Hay silencios en las relaciones, en la identidad que cada uno construye frente a los demás, en las confesiones sinceras y en el dolor. Leer, en esta ocasión, adquiere un nivel especial: hay que leer las palabras, interpretar los espacios en blanco.   
Agárrense a Las buenas intenciones, y sigan justificando así sus actos porque Amity Gaige, la autora, ha escrito una novela personal, muy carismática y que te arrastra como un remolino en alta mar. Por su protagonista –qué trastornado más embaucador–, por ese estilo cuidado y frágil, y por ese gran trabajo de campo sobre la locuacidad de los silencios es ésta una de mis mejores lecturas en lo que va de año, a pesar de ese pesimismo que transmite la historia. Y ahora, dediquen unos minutos a pensar: ¿las buenas intenciones excusan un pésimo resultado?
 

4 comentarios:

  1. Por la manera en que has hablado del libro me ha entrado mucha curiosidad, me gustaría darle una oportunidad.

    Saludos!

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  2. Tenía dudas con este libro, no sé porqué pensaba que iba a encontrarme algún que otro topicazo en esta lectura. Pero por lo que cuentas parece que se aleja un poco de eso y además me gustan los trastornados embaucadores :) Habrá que echar el libro a la mochila. Gracias.

    Un abrazo

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  3. Me encanta cómo lo has descrito y la historia que cuenta el libro. Me lo voy a apuntar en mi lista super infinita. Por cierto, si os queréis ir pasando por mi blog lo estoy empezando a retomar tras dos años de silencio. Saludos!

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