viernes, 23 de enero de 2015

Demonios familiares


Primavera, 1936. Eva, una joven novicia, se ve obligada a abandonar el convento en el que ingresó un año antes al ser incendiado por tropas republicanas. Regresa entonces a la casa familiar, donde su padre vive con el criado y el ama de llaves, como si el tiempo no transcurriera, observando el devenir de un país convulso a punto de entrar en Guerra. Allí, la novicia (que nunca quiso serlo) se reencuentra con los fantasmas que creyó dejar enterrados al ingresar en el convento. Sin pretenderlo, Eva va conociéndose a sí misma, frente a esa vida que un día fue suya, y descubre el amor cuando encuentra en el bosque a un paracaidista republicano al que esconde en su casa.
 Demonios familiares es la última novela, inconclusa, de Ana María Matute, y es también esa tropa de fantasmas que habitan en los muros de cada casa y que salen a pasear casi a diario, atormentando a sus inquilinos, haciéndolos llorar por las noches. Todos convivimos con esas presencias implacables. Los rencores, los silencios y las expectativas no cumplidas. Las envidias, las traiciones y las pasiones no resueltas. Hoy os hablo de una autora imprescindible de las letras españolas contemporáneas, la señora Matute –esa escritora que un 80% de los españoles confunde con Carmen Martín Gaite, ¿no os ha pasado?–, que nos deja, a modo de regalo póstumo (y maravilloso), una novela corta, 160 páginas en las que vuelve a adentrarse en ese difícil laberinto de las relaciones humanas. No os voy a engañar, es una historia muda de manera repentina, algo así como una lecturus interruptus que nos deja helados, impotentes. Así de injusta es la muerte. Demonios familiares no es otra cosa que un libro cargado de grandes silencios, como ese final no escrito, y que recuerdan mucho a esas infancias crueles que tantas veces imaginó Matute. La edita Destino.
            Ana María Matute ya no tiene nada que demostrar; de hecho lleva mucho tiempo sin tener que hacerlo. Sabe escribir (fenomenal), sabe armar diálogos y sabe empatizar con los lectores. ¿Qué más puede pedir? Leerla es como reencontrarse con una vieja amiga porque uno reconoce al instante su estilo, qué sencillo y qué efectivo, y reconoce también ese telón de fondo sobre el discurren sus historias: la infancia torcida, la incomunicación, y sobre todo, las carencias afectivas en los primeros años de vida; y como remedio a esto, la fantasía, la necesidad de imaginar, los refugios emocionales. Desde siempre me ha fascinado lo bien que trabaja los espacios la que fue la letra K de la Real Academia de la Lengua, cómo es capaz de dotarlos de simbolismo: el bosque, el desván… No os penséis que Demonios familiares es un boceto o un puñado de apuntes sin sentido. En absoluto. Matute, desde sus comienzos, sometió esta novela a un concienzudo proceso de corrección, así que estamos ante una obra inacabada, pero igualmente potente. Redonda. Completa en cierto sentido (artístico).
            Matute, mujer de mil silencios, jamás comentaba con nadie sus proyectos artísticos, así que se fue sin dejarnos ninguna pista sobre el futuro futuro que les tenía reservado a la ex novicia Eva y a Berni, ese paracaidista republicano al que encuentra en el bosque y que esconde en su propia casa. Tiene esta historia un eco a Paraíso inhabitado, su anterior publicación, porque trabaja con los mismos mimbres: las ilusiones de una niña adolescente, el descubrimiento del mundo, la fantasía como escapatoria…. Y yo, qué queréis que os diga, me gusta cómo aborda el asunto de una infancia sin cariño, con esos personajes que están heridos, pero no a base de traumas o de castigos, sino por la ausencia de un abrazo. Aprovecho para hacer una mención especial a su amiga y colaboradora María Paz Ortuño, que en un epílogo muy sentimental, nos habla de la autora, de sus manías a la hora de crear y de esos últimos momentos en los que escribía de forma bulímica, con necesidad y con ansia. Es ella la que pone el ejemplo de Bach, que tiene inacabada una de sus mejores creaciones, El arte de la fuga, a la que nadie se ha atrevido a añadirle nada.
            Os prometo que, durante un par de días, me arrepentí de haberme leído Demonios familiares y no porque no disfrutara –al contrario–, sino porque es un final tan abrupto que uno tiene la sensación de haber asistido, de algún modo, a la muerte de Ana María Matute. «Mada» fue la última palabra que escribió. Y la historia queda suspendida en un momento álgido, fundamental para la evolución de los acontecimientos, así que sólo nos queda imaginar sus infinitas posibilidades de continuación. En esta novela más que nunca, el final lo pone el lector. Hoy, una semana después de terminarla, sé que ha sido un placer poder despedirme tan bien de una autora que me ha acompañado con inquebrantable lealtad en mi vida de lector. Gracias, señora Matute. La recordaré siempre. 



6 comentarios:

  1. No he leído nada de Ana María Matute, pero la verdad es que has despertado mi curiosidad. Aunque no sé si debería empezar con este libro para leer algo de ella. Pero, sin duda, me lo apunto.

    Un besito.

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    1. Este libro es maravilloso. También es muy tierno Paraíso Inhabitado. O prefieras más fantasía, como Olvidado Rey Gudú. Un beso fuerte.

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  2. Preciosa reseña, muchas felicidades¡¡ En cuanto al libro, me encantó porque es 100% Matute, y como dices, que el libro no tenga final, es como asistir a la muerte en directo de la autora, pero también puede verse como que su obra nunca tendrá un final, mientras pervivan sus libros y sus lectores. Un abrazo

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  3. Un libro que tengo que leer sí o sí, aunque temo llegar a la última página...
    Besotes!!!

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    1. Ya verás qué sensación más rara cuando lo termines... Un beso.

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