viernes, 19 de diciembre de 2014

Los siete años de abundancia


Durante siete años, Etgar Keret ha llevado registro de su vida personal, desde el nacimiento de su primer hijo hasta la muerte de su padre. El resultado son estas crónicas tragicómicas que van mucho más allá de la historia de su familia y de su carrera. Y es que con una hermana ultraortodoxa que tiene once hijos y ocho nietos y que ha dejado de abrazarlo, un hermano pacifista a favor de la legalización de la marihuana y unos padres polacos supervivientes del Holocausto, su historia personal parece acercarnos a la historia de toda la sociedad israelí. Son, en definitiva, 35 crónicas inteligentes, conmovedoras y mordaces que nos demuestran, por muy increíble que parezca, que la génesis de sus cuentos está muchas veces en sus propias vivencias.
 Yo pensaba que nadie podía acostumbrarse a la guerra –y por consiguiente al miedo, a la sangre y a la muerte, a estar alerta– hasta que he leído al lúcido Etgar Keret, el escritor, guionista y director de cine israelí que firma el libro de relatos cortos Los siete años de abundancia (Siruela, 2014), una serie de incómodas historias en la que se combina de forma magistral lo íntimo y lo nacional, donde los protagonistas “escuchan su corazón” y también las bombas, donde cuando se habla de sobrevivir, se trata literalmente de eso: de seguir con vida. No lo voy a negar, tienen algo de agresión estos cuentos, algo intangible y perturbador, como un escape de gas, una atmósfera que molesta al lector (occidental), a ése que sólo ve la guerra -cualquier guerra- desde el sofá y un par de minutos a la semana. Sin embargo, no voy a ponerme dramático porque Etgar Keret, nombrado ya uno de los autores contemporáneos más célebres de la narrativa hebrea, no lo hace; él aborda estos asuntos desde la cotidianidad, desde un humor negro y ácido, a veces surrealista, desde la perspectiva de un hombre que ama su país y lo que significa ser judío.
            “Es que odio los ataques terroristas”, le dice una enfermera a otra con una pasmosa naturalidad en el hospital en el que el autor/narrador espera el nacimiento de su primer hijo. “No tengo ningún problema con los accidentes y esas cosas. Son los ataques terroristas. Lo fastidian todo”. Y ésta es la conversación que abre el libro y que define a la perfección el tono –y la tónica- de estas historias, todas autobiográficas. Keret, por ejemplo, nos cuenta sin pudor cómo se siente un escritor judío en sus presentaciones por Europa, qué pasa cuando, durante un viaje cualquiera con un niño pequeño, suenan las alarmas y hay que tumbarse en la cuneta –ese capítulo, Pastrami, recuerda mucho a la película italiana La vida es bella-, o esas preguntas que se hacen unos padres a otros en los parques, mientras los niños juegan: “¿Se unirá tu hijo al ejército cuando cumpla dieciocho años?”. Y así, desde lo privado se entiende lo público, y desde lo emocional también se vislumbra lo político. ¡Qué curioso!, ¿verdad? Estamos frente a un puñado de relatos independientes, cortísimos –no se alargan más de tres páginas-, pero con un nexo común: Israel, la guerra y los debates que genera, los que se quedan, “lo mismo de siempre”, dice el narrador en alguna ocasión. Hay que estar acostumbrado a vivir allí para no hacer de todo un drama, para no interrumpir el relato –“Oh, un bombardeo, qué horror”- sino para que sea un elemento más, como un telón de fondo, como una amenaza de tormenta. ¡Qué bien lo hace el autor!
            Me sorprendo pensando en Keret y en esa familia algún tiempo después de haber leído Los siete años de abundancia. Me fascina que alguien tenga el temple de hablar así de la guerra. Es quizás porque mi cultura es otra, porque mi tranquilidad es otra. Qué simplificación (posiblemente) la mía. También me acuerdo de mi admirada Carmen Rengel, una gran amiga periodista que decidió mudarse a Israel para ver, vivir y contarnos de primera mano sus historias (en El País, en la Cadena Ser,…). De valientes está hecho el mundo. Mi heroísmo se resume a sobrevivir sin guerras y a hablaros de literatura y, en este caso, del estilo de Keret, que es fluido y cuidado, muy efectista. Lo peor de una novela tan fragmentada como ésta es que uno inevitablemente compara los capítulos y, aunque algunos finales son previsibles e incluso forzados, conforman un todo sólido e impactante; una obra peculiar, reflejo de una existencia peculiar.
Lean este libro de relatos porque está lleno de tensión, de lucidez y de humanidad, porque Etgar Keret es un narrador firme y que sabe llevar al lector; arriésguense con una obra incómoda y divertida, alejada de tópicos y maniqueísmos, donde se confunden lo doméstico y lo político, donde la escritura se convierte en la única forma de lidiar con la realidad. Estos cuentos son una forma de lucha –esperemos que útil- contra el fanatismo de los grupos extremistas. “Yo, cuando se trata de religión, no tengo dios”, dice. Además, leer este libro es como comer pipas, uno empieza –un relato más, venga otro, y otro- y cuando se da cuenta, se lo ha leído entero. Acérquense sin miedo porque, ¿quién no quiere siete años de abundancia?

PS: Keret es un autor muy popular en Israel, leído sobre todo por adolescentes.
PS: Hola, ¿puedo saludar? Saludo a mi querida Carmen Rengel.

6 comentarios:

  1. va a sonar feo, lo sé, pero es la verdad: intento no leer, consumir ni ver nada que tenga que ver con Israel.. no soy antisemita, simplemente esty en contra de todo lo que está haciendo Israel en palestina.. y es mi manera pacífica de protestar
    Absurdo, puede, pero.. es lo que hay
    me hizo gracia la reseña, pero como ves no creo que lea el libro :)
    un besito

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    Respuestas
    1. Agradezco tu sinceridad. ¡Me encanta la gente con las ideas claras! Un beso fuerte. ¡Felices fiestas!

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  2. Este tipo de libro no es de mi estilo asi que lo dejo pasar.

    Saludos

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  3. Si cae en mis manos le daré una oportunidad, que me has dejado con curiosidad.
    Besotes!!!

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